¿Por qué razón debería tener sentido el arte si la vida no lo tiene? Lo que más me gusta en esta vida es el
absurdo. Y he de reconocer que el hecho de vivir en la ignorancia tiene mucho humor.
David Lynch

Miércoles por la noche:
Algo de frío. Un abrigo color camel y un boleto para el evento del Concierto de Aranjuez en una versión para guitarra y piano.
A pesar del frío y de mi reducido y casi nulo tiempo libre pude ir a escuchar el concierto y, por un momento, alejarme de la sala de conciertos, de la ciudad y del mundo para insertarme en un universo donde impera la música y cada nota crea una imagen. Pude entregarme al acto de pensar en medio de una fiesta sensorial en la cual no sólo se divertían mis oídos, también mis ojos que seguían el constante jugueteo de las manos y las cuerdas de la guitarra y mi nariz que aspiraba el delicioso perfume de la señora que se hallaba sentada a mi lado.
A pesar de todo hacía falta concretar la experiencia artística pues mis pensamientos permanecieron como imágenes sumamente difíciles de explicar.
Jueves por la tarde:
Un poco de viento, el frío clima característico del museo. Una bata azul marino y el "grave error No 8": zapatillas de tacón.
Estaba por iniciar la última parte de esta experiencia artística con una carga sensorial mucho más fuerte que la del día anterior: más frío; cansancio en los pies por subir, bajar y caminar por todo el museo en pos de terminar el montaje de la obra a exhibirse; el sabor del pollo al carbón (con sus respectivas tortillas gordas y salsa roja) en el descanso; el olor de la comida, de la pintura y de la bodega; los colores, líneas, imágenes, formas y texturas de la obra de la 2a Bienal de Arte Visual Universitario...
Jueves por la noche:
Comenzando a comprender el juego de palabras. Saco y bufanda azules, las mismas zapatillas. Mucho dolor.
Cuando llegó la inauguración de la exposición explotaron más elementos que me harían comprender este soso juego de palabras: los bocadillos (bueno, me tocaron dos...), el amor a primera vista (Omar Sánchez de Querétaro, uno de los ganadores), la obra rodeada de gente (personajes importantes para el museo y la universidad, ganadores, estudiantes de arte, familias, sujetos muy galanes), el sonido de los videos, las voces mezcladas de casi 400 personas, el frío cada vez más intenso, mis pies sufrientes...
El arte, esa expresión que sólo puede lograr el ser humano, que incluye todo un universo en sí misma y que me es muy difícil definir, pero no distinguir.
Helarte, morirte de frío.
Jueves, más tarde:
Deleitándome con el clima helado. Abrigo gris, las mismas zapatillas. Entre el dolor y el placer.
Un verdadero éxito (bueno, la exposición, mi vida no). Salí caminando del museo con una expresión de queja por el dolor de mis pies; sin embargo, el juego de palabras quedaba cada vez más claro y mi experiencia artística más perfecta, casi completamente realizada.
Hallé a mis amigos (los que concretarían el proceso) y, a través de la plática, los abrazos y esa extraña unión que ocurre cuando están en medio del frío y la noche con tus compañeros en la batalla, viví un juego cruel con mi ego que se inflamaba y se hundía en los abismos de manera indistinta e indiscriminada.
Me hizo bien platicar contigo (también verlo) para pensar y dejar en claro muchas cosas: eres (son) como el arte y helarte, todo un placer que siempre está unido al dolor más lacerante.
Al fin y al cabo el arte y helarte tienen mucho en común: la capacidad de hacerte notar que sigues vivo y eres un ser humano susceptible al dolor y al placer (que son casi lo mismo); ambos juegan con tu ego, tus emociones y tu cosmovisión y son, como ya dijo antes algún sujeto más afortunado que yo:
lo que vos anhelabais y lo que buscan todos: ¡doblad la rodilla!