La princesa miraba a través de la pequeña ventana en lo alto de la torre, sostenía un grueso libro entre sus pálidas manos pero no podía leer: concentrarse se tornaba una tarea sumamente difícil cuando afuera había un dragón gruñendo con todas sus fuerzas sin dar un descanso a su ahumada garganta. Los dragones habían turbado el mundo desde la temprana Edad Media, pero ahora era difícil conseguir un buen empleo custodiando doncellas desde la aparición de ciertos monos gigantes y algunos monstruos orientales con apariencia de reptil; así que tal criatura justificaba su existencia y su salario profiriendo una serie de molestos alaridos que se escuchaban más allá de la comarca.

Ante la imposibilidad de dormir la dama trenzaba sus largos cabellos una y otra vez cual Penélope tejedora y escribía interminables cartas para el hombre quien sería su libertador. Sin embargo, él tardaría un poco pues el empleo para los príncipes también era escaso: las princesas estaban en peligro de extinción y las computadoras crecían como la mala hierba. Al fin y al cabo ser ingeniero era más rentable que ser príncipe…




Epílogo

Sin poder concentrarse para leer, la princesa escribió un par de dulces textos para su amado. El príncipe retomó su antiguo empleo, se batió violentamente con el ya ronco dragón y rescató a la dama. Ahora ambos viven felices en un suntuoso palacio… les dije que era más rentable ser ingeniero.