Mikitos Lady,

¿quién diría que hoy se cumple un año de nuestro primer encuentro? Siento como si hubiese sido ayer cuando te cargué por primera vez: tu pelo se sentía tan suave y tibio, eras tan pequeñita, parecías tan frágil, tenías miedo... Te vi y supe que eras para mí, aunque ahora parezca que soy yo quien te pertenece… “I’m not your cat, you’re my human” siempre te ha quedado muy bien.


“¿Los gatos muerden?”
¿Te acuerdas? Ejemplificaste la respuesta de manera perfecta, una gota de sangre ya manaba de mi dedo cuando me enteré de ello. En ese momento ambas supimos que nuestra relación no sería “normal”. Tú no eres tan cariñosa como otros, muchas veces no sabes cómo reaccionar cuando recibes muestras de afecto o no sabes cómo darlas… como yo… La diferencia es que tú no tuviste tiempo para jugar con tu mamá y tus hermanitos, por ello te ha costado mucho trabajo acoplarte a los demás; y a mí ser paciente ante tu abyección por el otro. Pero te quiero tanto, mi nena, y sé que lentamente creces y te haces más tierna conmigo y los demás.


Recuerdo cuando estuve a punto de perderte, se han asomado un par de lágrimas por el sólo hecho de revivirlo. Llevabas pocos días conmigo y te enfermaste tanto: no querías comer ni tomar agua, sin el suero hubieras muerto inevitablemente. ¿Sabes algo? Me preocupaba mucho tu salud, pero me sentía mal por pensar en que quizá cuando regresaras no te ibas a acordar de mí. Pero lo hiciste y, desde entonces, te convertiste en una sombra peluda que comenzó a crecer rápidamente en tamaño, belleza y orgullo como todo felino que se digne de serlo.


Siguiendo las palabras de T. S. Elliot pasaron más o menos dos meses mientras descubríamos tu nombre. Así, un día motivado por la literatura y lo principesco de tu mirar me di cuenta de que Micomicona Pica-y-rasca vivía en la casa pero, entre familia, preferías ser llamada Mico, Mikitos o Mikitos Lady, mi princesa (descendiente, según Alos, del linaje de los Chafa; del cual Wishker, tu padre putativo, es digno portador del nombre). El otro nombre sólo tú lo sabes, pero estoy segura de su hermosura y sonoridad: un maullido primoroso.


Fuiste la mejor compañía durante ese verano. No sólo estuviste a mi lado para aderezar mis ratos en casa con tus maullidos o ronroneos, también para escucharme. Estoy segura que te intrigaba saber un nuevo episodio de mis aventuras en los odiosos cursos o quién era ese tipo de los gatos (sí, el que ahora te cae bien y en cuyas piernas te gusta dormir). La pasamos tan bien juntas que cuando mamá regresó no te pareció mucho tener que compartir el espacio con alguien más. Demasiadas mujeres en el mismo lugar, ¿verdad?


Después descubriste la ventana abierta y sus posibilidades interminables para tu recreación: los pajarillos estaban más cerca y se sentía bonito el aire fresco en los bigotes, además la adrenalina fluye cuando desafías a las alturas. La curiosidad mató al gato y a ti te dio un susto de muerte. Aún no sé cómo fue pero te caíste y, sin querer vivir aventuras allende nuestro depa, maullabas desesperada en la puerta de la casa de Ania porque se halla exactamente bajo la nuestra. Intenté tranquilizarte desde la ventana y bajé corriendo descalza y en pijama. Me abrazaste cuando te cargué y te traje de nuevo a la comodidad de mis piernas. Recuerdo que dormiste toda la tarde y, en señal de reto, dejamos la ventana cerrada por un par de semanas. Ahora la disfrutas inmensamente como cuando la descubriste, pero creo que te cuidas más.


Los arañazos… No se si se volvieron marca característica mía o tuya. Tú me los hacías, yo los portaba. Uno nuevo para cada ocasión. Y es que a veces no te entiendo porque pareces enojarte sin razón; otras, los niños te causan mucho estrés, también a mí, te entiendo. Pero no te enojes cuando salgo de casa por más de dos días pues aunque mi presencia no puede ser sustituida siempre hay alguien que te cuida y te quiere. Sabes que si pudiera te llevaría conmigo a todas partes: eres mi nena y, aunque no lo creas, yo te necesito más que tú a mí, sí, aunque yo sí tengo pulgares… ¿Tienes una idea de lo bonito que fue cuando me recibiste después de ir a Puebla? ¡Qué diferencia tan grande! Cuando regresé de Mérida me hiciste una herida profunda y no me quisiste hacer caso, pero la última vez te paraste en la ventana y maullaste de gusto. Ustedes dos hicieron el mismo gesto al verme llegar y eso no se me va a olvidar.


Disculpa la lista de pensamientos erráticos, pero ahora que te observo recostada sobre mis libros me haces pensar en muchas cosas. Puedo pasar horas observándote, mirando cómo te acicalas después de comer cual león que se ha tragado una cebra, cómo muerdes algo mío mientras me miras fijamente haciendo cara de “no rompo un plato”, cómo juegas con tu amiguito y lo pasas bajo la puerta una y otra vez, cómo eres tú. Te sigo mirando, volteo cada par de palabras, mi princesa, y me doy cuenta de que no sé que haría sin ti. Sería muy doloroso mirar tu huella en los sillones (mi mamá nos odia por eso, ¿sabes?), las marcas de tus mordidas en mis libros o en el cable de mi computadora, tus pelitos en mi ropa o tu arsenal de juguetes ocultos en todos los rincones de la casa y saber que no estás, que no escucho los maullidos que te conozco para decirme cosas… ¿recuerdas cuando no quisiste dormir conmigo? Te confieso que difícilmente pude conciliar el sueño. 


Apenas llevamos un año juntas pero deseaba que así fuera desde hace tanto. Aún nos falta mucho por hacer. Orejas en alto: meow!


Kitsune